Vivía una aridez desértica, de tierra cuarteada: una desolación milenaria. A partir del accidente, de sus dedos no volvió a nacer ninguna sílaba: muertos los sueños, muerta la palabra.
Vivía embalsamada en su dolor, sonámbula despierta, pisoteando residuos de sueños desaparecidos que ya jamás volvería a tener. Culpándose hasta decapitarse el alma.
Ella, que todo lo tuvo - Ángela Becerra
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