Habían caído tantas páginas de años sobre la imagen de su amada que poco a poco la perdía y había tenido que irla reaventando. Si veía unas pestañas tupidas y rizadas en alguna tendera, las capturaba para su Soledad desaparecida.
Si una nube de humo le inspiraba el color de sus ojos, lo atrapaba en el aire para ella; si el tacto de una seda, su piel; si el manto de una Virgen, su larga cabellera; si una pluma de pavo real, su delicado peso. Se convirtió en ladrón de sensaciones, sentires y tactos ajenos para volver a crear con ellos su amor perdido
(El Penúltimo sueño - Ángela Becerra)
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