Era todo ojos. Unos ojos tristes y húmedos que le ocupaban la cara, como dos puñados de tierra mojada, brillante, a la espera de fecundar semillas.
Pensé que los poetas tenían razón...
Que unos ojos pueden clavar puñales que van directamente al corazón y lo dejan herido de goce y dolor...
Libro: Memorias de un sinvergüenza de siete suelas - Ángela Becerra
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